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Asumir la soledad al enfrentarnos a la muerte
La muerte es un tema que nos incomoda y que preferimos evitar. Sin embargo, es una realidad inevitable a la que todos nos vamos a enfrentar. Ante ella, es común sentir miedo, angustia y negación. Pero cuando realmente tomamos consciencia de nuestra mortalidad, podemos comenzar un proceso de aceptación.
La escritora Rosa Regàs lo expresa magistralmente en esta frase: «Cuando eres consciente de la muerte, acabas asumiendo tu propia soledad». Al comprender que nuestra vida es finita, que todos vamos a morir algún día, somos capaces de aceptar nuestra soledad existencial.
Ese proceso de aceptación suele darse con mayor claridad en los funerales. Es en esos momentos de dolorosa despedida cuando experimentamos de lleno la fragilidad de la vida. Ver el cuerpo sin vida de un ser querido nos enfrenta a una realidad que no podemos eludir: la muerte llega para todos.
En los funerales nos percatamos de que cada persona nace y muere sola. Por más que estemos rodeados de familiares y amigos, por más amor que recibamos, la muerte es un paso que damos en soledad. Como dijo el escritor Milan Kundera, «la soledad es la esencia de la condición humana«.
Los rituales funerarios sirven precisamente para acompañar al difunto y a sus deudos en ese trance solitario. Las condolencias, las palabras de aliento, los cantos fúnebres expresan nuestra solidaridad ante la muerte. Pero no podemos evitar ese paso al más allá que da nuestro ser querido.
Debemos despedirlo con amor para que realice su viaje final en paz. Y seguiremos recordándolo a través de nuestras historias y de su legado. Pero no podemos aferrarnos a su presencia física.
Asumir nuestra mortalidad y nuestra esencial soledad nos permite vivir de forma más consciente y auténtica. Si abrazamos la finitud de la vida, podemos dejar de postergar nuestra felicidad.
El conocimiento de la muerte nos motiva a decir «te quiero» hoy y no mañana. A disfrutar el presente junto a nuestros seres queridos y no darlo por sentado. A reconciliarnos y perdonar antes de que sea demasiado tarde.
La muerte nos recuerda que la vida es un regalo precioso, pero fugaz. Nos invita a estar más presentes y a valorar cada instante.
Nacemos y morimos solos, pero podemos vivir acompañados por el amor. Los lazos que forjamos con nuestros seres queridos trascienden esta vida y perduran en la memoria de quienes nos sobreviven.
El amor que damos y recibimos nos sostiene incluso en el último suspiro. Porque al final comprendemos que la vida no se trata de evitar la muerte, sino de hacer de cada día una obra maestra mientras estamos vivos.
Así, cuando la muerte se presente en nuestro camino, ya no le temeremos tanto. La enfrentaremos con valentía, como el paso solitario pero natural que es. Y seguiremos presentes en el corazón de quienes compartieron con nosotros esta maravillosa aventura llamada vida.