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Al Muerto Y Al Consorte, A Los Tres Días No Hay Quien Los Soporte
Esta popular frase hace referencia a la corta duración del duelo y la pena por la muerte de un ser querido. Se suele emplear en el ámbito de las exequias y los ritos funerarios para señalar que el pesar intenso por la pérdida dura aproximadamente tres días, tras los cuales la vida debe continuar.
La expresión alude al hecho de que los primeros días después de una defunción son los más duros emocionalmente tanto para el cónyuge o pareja como para el resto de dolientes. Es cuando la realidad de la muerte se hace más patente y el vacío dejado por el fallecido se siente con mayor crudeza.
El duelo suele ser más agudo justo después del sepelio, cuando la persona ha partido físicamente y ya no está. Por eso se dice que durante esos primeros días de luto nadie puede soportar la presencia constante de los enlutados y su abatimiento.
Se sobreentiende que pasados esos tres días iniciales, el sufrimiento de los allegados del difunto se va mitigando progresivamente, aunque no desaparece, y se va retomando poco a poco la normalidad.
El origen de la frase se encuentra en las costumbres funerarias tradicionales, cuando el cadáver permanecía en el domicilio familiar hasta el entierro y los deudos pasaban junto a él largas horas de vigilia y llanto.
Durante esos intensos días entre la muerte y el sepelio, los wuilios y lamentos de la viuda o el viudo y demás dolientes resultaban particularmente desgarradores, razón por la cual esta expresión se dirige principalmente al cónyuge supérstite.
Tras el sepelio, cuando el cuerpo ya no estaba presente, los ánimos solían calmarse un poco. La vida comenzaba tímidamente a imponerse.
El mensaje implícito en la frase es que, por muy dolorosa que sea una pérdida, la aflicción extrema y permanente no es saludable ni práctica. La vida continúa y quienes siguen vivos deben, tras un luto respetuoso, retomar sus ocupaciones y seguir adelante.
Uso actual de la expresión
Aunque las costumbres funerarias hayan evolucionado, esta frase se sigue utilizando hoy en día en el ámbito de las exequias.
Suele emplearse para transmitir a los recién enviudados que no deben recluirse en su dolor ni abandonarse a una pena inconsolable, pues la vida continúa.
Es una invitación sutil a retomar las riendas de la existencia tras unos días de retiro, pesar y homenaje al difunto. Un recordatorio de que el duelo no puede ser eterno.
También se usa a veces en sentido figurado, para señalar que pasada la conmoción inicial que produce cualquier pérdida o cambio importante, es necesario adaptarse a las nuevas circunstancias.
Igualmente, se utiliza en ocasiones de manera coloquial para dar a entender que la presencia constante de una persona abatida acaba resultando agobiante para quienes la rodean.
Conclusión
En definitiva, esta conocida frase sobre la corta duración del duelo intenso contiene una gran dosis de sabiduría popular.
Transmite la idea de que, si bien es necesario pasar por el dolor y elaborar el luto, llega un punto en que la vida debe continuar y retomar su curso. Un recordatorio realista de que nadie puede detenerse indefinidamente a llorar a los muertos, por muy amados que fuesen.